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Los frentes sanitarios
Los principales problemas de salud que agobiaron a las poblaciones hispanoamericanas en los siglos XVI, XVII y XVIII fueron los padecimientos infectocontagiosos –viruela, tifus exantemático, fiebre amarilla, bubas, lepra, cólera, influenza y sarampión– y las parasitosis. El profesor V. Pérez Fontana, de Uruguay, relató: “Las epidemias de dolores de costado, los catarros malignos, las viruelas, el sarampión, la lepra, el galaico, etc. Estas fueron las epidemias que pasaron de España a América durante la conquista, donde adquirieron particularidades bajo la influencia del clima y de las penurias”.1 Estos problemas afectaron a todos, nativos y europeos, hombres, mujeres y niños, civiles, militares y religiosos.
M. Aubert, especialista en el tema de la colonización en América, escribió en cuanto a las enfermedades que padecían los jesuitas en Paraguay: “... tienen la salud minada por el paludismo, la disentería, las fiebres de toda clase, tienen el cuerpo destrozado por las heridas, las caídas, las sanguijuelas, las mordeduras de serpientes, las niguas que se alojan entre la carne y la piel y que hay que extirpar con unas puntas de hierro; tienen el rostro roído por la barba y el sol, lacerado por el roce de las ramas, comido por los mosquitos, los tábanos, las abejas, las moscas chupadoras de sangre; enflaquecidos por el hambre y el insomnio”.2 Estos problemas causaban estragos, la mortalidad era elevada, en ocasiones mayor que la natalidad. Al respecto, en Costa Rica, “el número de fallecimientos, sobrepasa al de nacimientos”.3 Al panorama epidemiológico negativo se agregaban hambrunas, marginación social, trabajos forzados de los indígenas y combates de diversa naturaleza entre nativos y colonizadores.
Con frecuencia se olvida o no se tiene presente, en cuanto a los problemas, que “uno de los polizones que se las arregló para subirse al carro de la conquista y que llegó para quedarse fue la legendaria rata del Viejo Mundo. Mejor amiga del hombre que el mismo perro, se las ingenió para llegar escondida en los baúles de los conquistadores, transformarse en una importante peste portadora de innumerables enfermedades. Se trata de la rata blanca, más conocida en el trópico que la llamada rata café, un poco más común en Sudamérica”.4
Estrategias sanitarias: cuarentenas y aislamientos
Los medios para combatir y evitar las “pestes” provenían de la observación, tenían cierto carácter racional, evitaban en alguna forma los contagios, se refería a mantenerse alejado de los sitios “contagiosos”, al aislamiento de enfermos y a la aplicación de medidas de tipo profiláctico. Una de las prácticas habituales de los gobiernos, de las autoridades médicas y de los hombres en general para evitar contagios y la difusión de enfermedades transmisibles fue la cuarentena.
Desde los albores de la colonización se recurrió a dichas medidas. Por esos tiempos los habitantes de Caparra, caserío en la isla de Puerto Rico, fueron afectados por la viruela, para evitar el contagio los vecinos aislaron a los enfermos y se trasladaron a otros sitios, huyeron de la “plaga”.5 En Brasil se recurrió a los “isolamentos”, lugares para segregar a los enfermos infectocontagiosos. En toda la región hispanoamericana era recomendable que los locales en los que se alojaba a los “pestíferos” se localizaran retirados de las aldeas y poblaciones y que sus ropajes se lavaran aparte. En el caso de muerte de enfermos contagiosos era higiénico enterrarlos profundamente, además de que “… en los cadáveres de los virolentos se eche cal viva aún antes de ponerlos en cajas o ataúdes, y al tiempo de sepultarlos, para preservar el contagio o infección del aire”.6
“En 1630, se dictaron normas para prevenir los contagios y éstas apuntaban a cómo debían recibirse los emigrados del Africa a su llegada al Nuevo Mundo, consistían fundamentalmente en separar a los hombres de la mujeres y hacerlos permanecer a una legua porque antes de entrar en las ciudades debían ser examinados por tres médicos para evitar enfermedades tales como la viruela y el sarampión. Entre dichos populares se decía: sarampión toca la puerta, viruela dice: ¿quién es? y escarlatina contesta: ¡aquí estamos los tres!”7
A las embarcaciones que llegaban a los puertos de América, cuando se sospechaba que podían transportar enfermos contagiosos se las sometía a la cuarentena, se inspeccionaban las naves buscando enfermos; si se encontraban, se establecía el aislamiento.
En relación con las medidas de cuarentena para evitar la difusión de las enfermedades de la población negra: “Se practicaba la cuarentena o separación de los esclavos de reciente importación. Sin embargo, esto no impedía la introducción de enfermedades con períodos de latencia larga, como el paludismo, la tripanosomiasis, la amibiasis, la anquilostomiasis, la lepra, la filariasis, el pían y la sífilis, ni tampoco excluía a los mosquitos transmisores de la fiebre amarilla”.8
Aguas limpias y sucias, basuras e inmundicias
El abastecimiento de agua limpia y el alejamiento de aguas sucias no eran labores habituales, a pesar de existir en algunos lugares acueductos, cañerías y desaguaderos, en muchas ocasiones estaban en malas condiciones de higiene y funcionamiento; por otro lado, la recolección de basura, residuos y desperdicios era ocasional, lo que favorecía la presencia y reproducción de fauna nociva: ratas, ratones, arañas, moscas, mosquitos y cucarachas. Los desperdicios de los vecindarios no se alejaban con la prontitud debida, se dejaban acumular basuras y desechos cerca de las viviendas.
La situación en las costas colombianas era la siguiente: “La ciudad de Cartagena, ubicada en el Caribe colombiano, conservó desde su fundación en 1533 hasta comienzos del siglo XX, la estructura del higienismo español. La falta de fuentes de agua para el abastecimiento de la ciudad y del puerto, produjo constantes crisis…”.9
Hubo medidas higiénicas de carácter general; así, en 1551, en el acta de fundación de la ciudad de Lima, se hizo referencia de la necesidad de construir acequias, manejar los desechos, enterrar a los perros y a los hombres y practicar “mutilaciones” en los árboles, además se expresaba que era responsabilidad de los vecinos mantener las rúas aseadas, sin porquerías.
En la Nueva España existieron importantes instalaciones sanitarias para el aprovisionamiento de agua y la disposición de aguas negras. Fray Francisco de Tembleque (¿-1589), fraile franciscano, llegó a tierras novohispanas en 1540. Le inquietó en especial la escasez de agua para beber que se presentaba en el centro de la Nueva España, por lo que promovió la creación de un gran acueducto. Tembleque no conocía las técnicas de construcción, aunque el problema estaba presente, no le atemorizaron las dificultades políticas, organizativas, técnicas y financieras, ni la magnitud de la obra, que duró 17 años. El acueducto (arquería) cruzaba tres profundos barrancos, tenía 40 metros de alto y un kilómetro de largo. En 1603, seis décadas después, para complementar la obra anterior y dotar de agua a la población de la Ciudad de México se inició la construcción de un canal que se terminó hacia 1620, contaba con 900 arcos de piedra, argamasa y ladrillo y tenía cinco metros de altura. En la misma ciudad, para evitar inundaciones –que se relacionaron con la aparición de enfermedades– se construyeron diques, zanjas y albarradas. En 1604 fray Jerónimo de Zárate y fray Juan de Torquemada (1557-1624) edificaron muros y compuertas, posteriormente colaboraron con Hérnico Martínez (¿-1632) en la obra magna del desagüe de la capital de la Nueva España. Hérnico Martínez, nacido en Hamburgo, Alemania, cuyo verdadero nombre probablemente fue Heinrich Martin, además de constructor fue escritor, impresor, matemático, astrónomo y naturalista.
El manejo de desechos en América del Sur fue muy limitado, en la ciudad de Buenos Aires cuando Juan José de Vértiz y Salcedo (1719-1799) fue virrey, se empezó a dejar de tirar basura y desperdicios a la calle y arroyuelos, evitando así malos olores, putrefacciones, ambientes insalubres y la presencia de fauna dañina.
En relación con Santiago de Chile, ciudad fundada en 1541, según el historiador F. P. Lautaro: “La capital creció en medio de la inmundicia (...) La higiene pública fue completamente descuidada durante la colonia: las escasas medidas que se tomaban cuando había alguna epidemia, eran olvidadas apenas pasaba el peligro (...) la primera medida de aseo data de 1550, en que el Cabildo ordenó la limpieza de las calles, por los indios o esclavos de cada casa”.10 Años después, en 1589, además de cordones sanitarios y cuarentenas, las autoridades del cabildo, con oposición de los médicos, dictaron leyes en contra de la difusión de la viruela, el sarampión y el “tabardete”, prohibieron que en los puertos entrara ropa y bultos procedentes de Perú, donde había las enfermedades señaladas.
En el siglo siguiente, en 1672, en la Plaza de Armas de Santiago de Chile, ante la escasez de agua limpia fue inaugurada una pileta de agua potable; cien años después las enfermedades infectocontagiosas provocaron tal aumento de la mortalidad que no fue suficiente el espacio en las iglesias para enterrar los cuerpos, por lo que se dispuso crear dos cementerios fuera de la ciudad, uno fue el de La Caridad y otro el de Pampilla.
En poblaciones brasileñas la acumulación de inmundicias en los caminos y la gran cantidad de desperdicios humanos en la vías pública, ríos y mares obligaron a los poderes públicos a imponer multas: “Al igual que en las grandes ciudades europeas, se acostumbraba defecar y orinar en la vía pública; durante las noches se usaban bacines que se limpiaban durante el día en plena calle, por donde pasaba una vez al día los carros del Ayuntamiento que levantaban los excrementos depositados normalmente en las esquinas”.11
La experiencia en otras tierras de Hispanoamérica fue semejante, en el reino de Nueva Granada, de 1797 a 1803, cuando Pedro Mendunieta y Múzquiz fue virrey, se vinculó la presencia de lodos y aguas estancadas con enfermedades de los hombres; el virrey manifestó que la existencia de muchos padecimientos se debía a que las ciudades se localizaban cerca de ciénegas y pantanos.12
La dotación de agua potable durante la etapa colonial en La Habana, Cuba, fue un reto permanente. “El suministro de agua constituyó un problema fundamental desde el asentamiento definitivo de San Cristóbal de la Habana, en 1519. Desde entonces, y hasta fines del siglo XIX, la capital de Cuba dependió en lo fundamental del río Almendares, primero a través de la Zanja Real, canal de unos 10 kilómetros inaugurado en 1592…”.13
En cuanto a La Habana: “Los viajeros que han dejado sus impresiones sobre la ciudad hasta bien entrado el siglo XIX coinciden en describirla como una ciudad muy sucia, pues a la calle se arrojaban todos los desperdicios, estaba atravesada por una zanja pestilente, los cadáveres se enterraban en las iglesias y conventos, y a la bahía iba a parar todo lo que se quería botar, incluso los cadáveres de los negros esclavos. De ahí que de vez en cuando se tuviese que disponer de créditos especiales para realizar la limpieza de la ciudad”.14
En otra área del caribe, en Puerto Rico, en 1783 se publicó un Bando de Policía que contenía disposiciones sanitarias, determinaba en qué sitios debían arrojarse las basuras, prohibía matar perros y ordenaba a médicos y vecinos a denunciar a las autoridades gubernamentales a las personas enfermas o que habían muerto de padecimientos contagiosos.
En el área centroamericana, en Guatemala, al terminar el siglo XVIII, para evitar y controlar las pestes de tifo, el cirujano Alonso de Carriola propuso diecisiete medidas preventivas, algunas aún aceptables y otras singulares, se citan textualmente las cuatro primeras: “Primero buscar los lugares donde el aire corra con más libertad y si fuera posible huir de los lugares contagiosos. Segundo que las habitaciones miren al Norte o al Oriente, a no ser que haya cementerio. Tercero huir de los lugares contagiosos y cerrados. Cuarto que se mantenga fuego en las casas…”.15
En 1660 quienes gobernaban la ciudad de Panamá enlistaron como causas de muerte la viruela, sarampión, neumonía, abscesos supurantes, tifo, fiebres, diarreas, catarro, furúnculos y ronchas, culparon de los problemas a la importación de vino peruano;16 los españoles poco pudieron hacer para solucionar los problemas.
En las palabras que a continuación se transcriben se puede resumir la situación higiénica que se presentaba en tierras hispanoamericanas: “Durante el período colonial la ciudad de Puebla, al igual que la gran mayoría de las ciudades novohispanas, presentaba condiciones de insalubridad muy marcadas”.17
Otras soluciones: imploraciones y procesiones
Con otro enfoque, se pensaba que las epidemias y otras calamidades sociales eran castigo de los dioses, para evitarlas había que recurrir a rezos, ruegos y caminatas. N. H. Larroca escribió, en cuanto a Buenos Aires: “Las epidemias no eran consideradas como cuestión de salud, sino como un castigo divino y, por lo tanto, el cabildo y los vecinos se limitaban a realizar procesiones implorando que Dios se sirva librar esta tierra del mal de la peste”.18 Estas palabras coinciden con lo que ocurría en Bolivia, en el libro “Historia de la Medicina de Bolivia”, en el capítulo de prevención de enfermedades se expresa lo siguiente: “Para contrarrestarlas no conocían otros medios que los de apelar a la protección divina, previo aislamiento, lejos de poblaciones, de los enfermos que parecían ser los sembradores del mal y la protección sólo pedía manifestarse a ruego de los interesados…”.19 En tanto que en Cuba “… la más socorrida de las acciones para combatir las enfermedades era la de efectuar rogativas y procesiones”.20
Datos poblacionales y estadísticas que no se usaron
Hay referencias que señalan que cuando los españoles llegaron a las “nuevas tierras” éstas estaban densamente pobladas y las enfermedades transmisibles no eran frecuentes. En los documentos del misionero español dominico fray Bartolomé de las Casas (1474-1566), quien estuvo en gran parte del territorio americano, no se encuentran referencias a áreas “infectadas”.21
En ocasiones se registraban los datos poblacionales, las cifras sobre defunciones, recién nacidos y enfermos, el número de médicos, empleados y frailes de los servicios médicos y de camas de hospital, y los resultados de las prácticas y cuidados médicos y hospitalarios. Sin embargo, no tenían una utilidad clara para elaborar programas sanitarios, determinar prioridades de atención médico-sanitaria, conducir acciones médico-educativas y evaluar servicios. Los registros de población fueron irregulares e incompletos, algunos trabajos se orientaron a conocer el total de habitantes y su distribución por sexos y edades. Los datos sobre nacimientos, bautizos, matrimonios, muertes y sepulturas debían inscribirse en las parroquias, lo que no siempre ocurría. En las anotaciones de defunción se registraba el nombre del fallecido, fecha de entierro y estado civil, a veces se señalaba la existencia del testamento correspondiente y si se habían otorgado los sagrados sacramentos; no se apuntaba la fecha de muerte, ni el padecimiento causante. Las disposiciones para registrar en las parroquias, los bautizos –nacimientos–, matrimonios y entierros se basaban en indicaciones del Concilio de Trento, efectuado entre 1545 y 1563.22 Al llegar al siglo XIX las parroquias dejaron de efectuar dichas actividades, que pasaron a ser responsabilidad de los registros civiles. En cuanto a los hospitales, se hicieron anotaciones de la cantidad y tipo de personal, y sobre egresos e ingresos de enfermos. En otros términos, el número de enfermos y fallecidos, las demandas y usos de servicios médicos en general no se conocían debido a la falta total o parcial de fuentes y registros y de que, en caso de conocerse, no se usaban.
En 1536 en la Nueva España, su primer obispo, fray Juan de Zumárraga (1478-1548), y en 1541, fray Toribio de Benavente (1490-1568) hicieron comentarios de tipo descriptivo y observacional sobre mortalidad y morbilidad. Zumárraga expresó que la tercera parte de las personas que embarcaban en Sevilla rumbo a la Nueva España en los meses de julio, agosto y septiembre fallecían, sugería que no partieran navíos en dichos meses; por otra parte, Benavente en sus “Memorias” destacó las diez plagas que afectaban a los indios, entre las que mencionaba la viruela y el hambre.23
Además de los estudios anteriores hubo algunos trabajos demográficos y médico-sanitarios. En 1557, en España se inició un proyecto cuyo propósito era obtener un “diagnóstico” integral de los espacios coloniales, se obtuvo cierto conocimiento sobre recursos y enfermedades. Simultáneamente, en dicho año, Juan López de Velazco, cosmógrafo, cronista del Consejo de Indias, elaboró, por indicaciones de Felipe II (1527-1598), un escrito que se tituló: “Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de las Indias”, tenía cincuenta incisos, dos de los cuales se referían al número de personas enfermas y sanas, enfermedades y remedios usados. Este documento también contempló la situación en las islas Filipinas, pero los resultados fueron conocidos tardía e insuficientemente.
Notas importantes de tipo médico-social de la Nueva España fueron dadas a conocer al finalizar el siglo XVIII por el educado y observador virrey Juan Vicente de Güemes, Pacheco y Padilla, conde de Revillagigedo, quien elaboró un documento titulado “Instrucción reservada que el Conde de Revillagigedo dio a su sucesor en el mundo, Marqués de Branciforte, sobre el gobierno de este continente en el tiempo que fue su virrey”. El escrito, fechado en 1794, presentaba aspectos demográficos, situación socio-económica, enfermedades predominantes, problemas educacionales, etc.
En las parroquias de Buenos Aires a partir de 1720 se empezó a mejorar el registro de nacimientos, lo que permitió, en 1744, conocer su número; cincuenta años después se hizo un registro del número de “almas”, mencionando su distribución por parroquias. Así se conoció la información relativa a nacimientos, sexo, raza, estado civil y actividad laboral, se citaban además las defunciones.
Una publicación valiosa que contenía datos poblacionales y de número de enfermos y fallecimientos en Cuba fue la “Guía de forasteros de la Isla”, cuya primera edición fue hecha en 1780. En 1793 fue ampliada, informando acerca de bautismos, matrimonios y defunciones y agregando datos relativos a ingresos y egresos de pacientes en los hospitales. En otras regiones de la Colonia existieron publicaciones parecidas.24
En 1791 en Lima se cuantificaron los recursos humanos y los enfermos internados en los hospitales de la localidad, información que orientaba en cuanto a la necesidad de facultativos, capellanes, empleados, sirvientes y esclavos en los nosocomios; en el capítulo de enfermos se indicaba sexo y origen, había también una sección que identificaba a los locos.
Durante los últimos años del siglo XVIII en Río de Janeiro habo alarma por las malas condiciones de salud de los habitantes de la ciudad. Las autoridades públicas, con el propósito de obtener una idea de la extensión y la variedad de la “patología” prevalente distribuyeron una especie de cuestionario entre los médicos en el que solicitaban información del tipo de padecimientos y sus posibles causas en relación con el clima, alimentación y costumbres;25 los resultados de las respuestas no fueron conocidos.
En resumen, los registros de recursos médicos, personal, camas de hospitales, enfermos y muertes permitían –cuando se realizaban– conocer ciertos datos; sin embargo, no eran útiles para realizar la planeación o la evaluación de los servicios otorgados.
Comentario
Las actuales medidas de control de enfermedades transmisibles en Hispanoamérica tienen su origen en los tiempos coloniales, se recurrió a prácticas racionales, pero también a disposiciones muy efectivas. No había, no podía haber una disciplina o metodología sanitarista; al respecto, en el libro “Peripecias y enfermedades en la conquista de América” del argentino Juan Angel del Bono, en cuanto a las medidas preventivas y terapéuticas y en relación con la tuberculosis pulmonar, su autor hace referencia a “… las casi inexistentes medidas de higiene y bases médicas para atacar el mal”.26
En la época que se historia no existía un modelo de atención médico-sanitario definido, eran tiempos anteriores a Claude Bernard (1813-1878) y Louis Pasteur (1822-1895); no se conocían el método inductivo experimental ni la microbiología, por lo tanto no existía una comprensión ni conocimientos eficaces sobre la prevención, origen y difusión de las enfermedades transmisibles. Por otra parte, no había una conducción ni una responsabilidad definida en cuanto a las decisiones médico-sanitarias, intervenían en ellas autoridades de diversa jerarquía: la Corona, los virreinatos, la iglesia, los protomedicatos y los cabildos.
En Hispanoamérica durante la etapa colonial hubo ciertas expresiones racionales de higiene y de control de las enfermedades transmisibles, no había un concepto claro de las causas de dichas enfermedades ni de la utilidad de medidas de salud personal ni de tipo sanitario; existía muy escasa experiencia en cuanto a la relación entre el proceso salud-enfermedad y los estilos de vida, medio ambiente, biología humana y atención médica.
Los datos de la morbilidad, mortalidad, demanda y uso de servicios médicos habitualmente no se recolectaban, y si se registraban no se valoraba su aplicación.
En el siglo XIX surgieron nuevos conocimientos, prácticas e ideas, entonces empezó a ocurrir un ligero abatimiento de algunas enfermedades, la vacunación antivariólica pasó a ser una práctica común.
Con otro enfoque, como resultado de la unión de europeos y nativos de América, surgieron los mestizos, quienes inmunológicamente tuvieron mejores defensas contra las enfermedades infecciosas, en particular las que provenían del viejo continente. En relación con este proceso, Guy A. Settipane, profesor de clínica médica de la Escuela de Medicina de la Universidad Brown, ha expresado que el personal médico de los hospitales durante los tiempos que se historian estaba inmunizado, no adquirían enfermedades infecciosas, debido a sus exposiciones previas.27