Las
compañías que respaldan la promoción de sus productos con
información científica de calidad alcanzan un elevado grado de
confiabilidad entre los profesionales de la salud. La obtención
de tal logro requiere asignaciones presupuestarias cuyos límites
–si bien pueden determinar la cantidad, frecuencia o aspecto de
la información– no deben perjudicar la perfección científica
del material.
El alcance de la inversión contemplará la credibilidad de la
bibliografía a distribuir; los médicos valoran las empresas que
aportan seguridad a las decisiones que a diario les comprometen
personalmente.
Los acotados tiempos del profesional incluyen su actualización
permanente; la responsabilidad de la tarea cotidiana demanda la
puesta al día. Los pocos médicos que no contemplan esta formación
continua se exponen a las consecuencias que se derivan de sus
actos indebidamente cotejados con los adelantos científicos.
Las
ediciones domésticas
Las ediciones domésticas conllevan peligros que las
empresas farmacéuticas están en condiciones de evitar mediante
la adecuada contratación de organizaciones responsables que
garanticen la seriedad que se pretende transmitir.
El sucesivo cumplimiento de los pasos editoriales (selección,
redacción, traducción, supervisión, diseño, edición, etc.), y
la eficaz coordinación de las personas participantes es una tarea
especializada que corresponde sea delegada en profesionales de la
edición científica.
Una empresa que compite con sus productos destinados a la clase médica
no debería publicar o, para decirlo de otra manera, hacer pública
su despreocupación por la calidad científica; las derivaciones
de esta acción arriesgan su imagen ante los profesionales que
desea conquistar.
Los procesos editoriales existen, no es posible eliminarlos;
cumplirlos exige conocimientos específicos, coordinados por
especialistas. Cuando el objetivo es ganar la voluntad del médico,
la responsabilidad es mayor: la mala praxis involucra a quienes,
de una manera u otra, intervinieron en el acto de la prescripción;
la responsabilidad de autores, editores y difusores se incorpora
al expediente judicial.
La
supervisión editorial
Años atrás un reconocido investigador japonés nos
remitió para su publicación un trabajo original e inédito,
escrito en su idioma. En ese momento carecíamos de un médico
traductor de japonés-castellano; nos propusimos conseguirlo. El
mes que insumió la búsqueda incluyó consultas a los comités
científicos, a las sociedades integrantes de la red SIIC, a los
columnistas y corresponsales colaboradores de la organización;
editamos avisos en los diarios masivos y en los específicos de la
colectividad, visitamos al agregado cultural de la Embajada de Japón
en la Argentina, etc. Tanta dedicación arrojó sus frutos: dimos
con un traductor médico de nacionalidad japonesa con años de
residencia en la Argentina. El currículum certificaba una
trayectoria que lo avalaba profesionalmente. Sin embargo, todo el
esfuerzo fue vano cuando advertimos que la organización no
contaba con un supervisor del idioma en condiciones de evaluar la
traducción. Finalmente el artículo fue devuelto al autor, quien
nuevamente lo remitió, esta vez en inglés.
La tarea editorial científica comprende procesos que en
oportunidades se pasan por alto o se reducen a su mínima expresión:
la compleja trama editorial es puesta en manos de personas de
diferentes oficios, merodeadores de las oficinas comerciales, que
no están en condiciones de asegurar la calidad de la información
que se trasladará a los médicos.
Tal delegación se justifica con variados argumentos (escasez de
recursos, tiempos acotados, artículos provistos por las casas
matrices, etc.), aunque uno de ellos sobresale por el daño que
conlleva: dado que «los médicos no leen» o –los menos
extremistas– «el reducido interés de los médicos por la
lectura», torna innecesaria la delegación responsable de los
contenidos y sus correspondientes controles de calidad.
Esta económica autoedición, motivada por las mismas
causas de la automedicación, elude a los que saben en
nombre del supuesto ahorro que implica evitarlos.
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El autor es presidente de la Sociedad Iberoamericana de Información
Científica (SIIC) y director editorial de diversas colecciones médicas,
entre las que se destacan Trabajos Distinguidos, Salud(i)Ciencia,
Temas Maestros, SIIC En Internet (www.siicsalud.com).
Estas ediciones, íntegramente producidas en la Argentina,
recorren la totalidad de los países de habla hispana y portuguesa
y reciben, tanto en nuestro país como en el extranjero, un
merecido respaldo de la industria farmacéutica.
La
preocupación por la seriedad científica se expresa en el
prestigio de quienes acompañaron el desarrollo de esta organización,
modelo en su tipo: Favaloro, Gianantonio, Mazure, Bertolasi,
Mendizábal, Martino, López Ibor, Chachques, García Badaracco,
etc, profesores, académicos, maestros de la medicina de la
Argentina, América Latina y el mundo.
SIIC
incluye el fomento de la investigación científica local y
regional, con programas de cooperación científica acordados con
asociaciones científicas (FASGO, Asociación Argentina de Cirugía,
Sociedad Peruana de Ginecología y Obstetricia, Sociedad Argentina
de Gastroenterología, Asociación Argentina de Psiquiatría,
Sociedad Española de Psiquiatría, etc) e instituciones
educativas iberoamericanas.
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Los
resultados generarán rechazo; el profesional desconfiará del
material literario, del portador, del editor ignoto y de la compañía
farmacéutica misma.
La
lectura en la práctica médica
El trato doméstico de la información científica es la
consecuencia de una concepción promocional que se asienta en la
errónea creencia del desinterés intelectual, forzado o
intencional, del médico. Absurda conclusión que peligrosamente
generaliza una creencia aplicable a un reducido grupo, alejado de
sus pares, divorciado de sus pacientes y expuesto a la sanción
científica, social y judicial.
El arribo al hospital es consecuencia de la finalización de una
etapa caracterizada por la lectura; luego se practicará la
medicina. Allí es donde la bibliografía habrá de combinarse con
las necesidades cotidianas, poco reflejadas en los manuales
universitarios. La actualización adquiere entonces una
inestimable importancia; el profesional la necesita
imperiosamente, incluso el poco comprometido con la formación
continua.
La simplificación de esta exigencia niega la base intelectual
sobre la que cotidianamente se conforma el médico en ejercicio.
Cuando un médico advierte la falta de calidad de una publicación
plantea su disconformidad entre pares, excepcionalmente a quien se
la entrega o al editor. La credibilidad de una acción promocional
no la discute; ello significaría más tiempo del previsto a las
decenas de mensajes que a diario emite la industria.
La opinión terminante se expresará en el momento de la indicación
terapéutica, amparada por el cuarto oscuro del consultorio.
El destino de las publicaciones desacreditadas es conocido: el
cesto o la «pila» que, al poco tiempo, se transformará en pira.
La política de delegación editorial utiliza traductores,
periodistas, estudiantes de medicina o biomédicos amigos o
relacionados con el laboratorio, por lo general con «conocimientos
de inglés, computadora en la casa y manejo de Internet». Los
elegidos también ofrecen ventajas en cuanto a la retribución;
sus honorarios representan un costo compatible con la concepción
que relativiza la calidad de la información en nombre, como ya
dijimos, de la pobre exigencia de los destinatarios.
La
bibliografía de calidad es irremplazable
Existen variados sistemas de promoción para lograr el
reconocimiento del médico en la recomendación de un producto
farmacéutico. La conquista de tal voluntad moviliza a centenares
de funcionarios que desarrollan agresivas políticas de
comercialización con mediciones diarias de rendimiento, peso por
peso, unidad por unidad.
Las campañas se asientan sobre proyectos publicitarios que
activan mecanismos de difusión en los que intervienen
publicistas, diseñadores, periodistas, médicos, profesionales
del marketing y tantas otras actividades.
Los médicos agradecen la lapicera con la que escribirán sus
recetas y distinguen y confían en las empresas que los respaldan
con argumentos científicos, seriamente transmitidos.
La actual maquinaria de persuasión supera lo que se imaginó años
atrás. La competencia por la venta se ha instalado en el terreno
de la información, campo en el que las fundamentaciones de los
productos farmacéuticos desafían las verdades científicas, con
efectos mágicos que también requerirán alguna documentación.
En estos casos sí aconsejamos vincularse con quienes ofrecen
resultados altisonantes, contundentes.
Así es como pierden de vista la convicción profesional,
determinante esencial de la conducta terapéutica a largo plazo;
acotan su audiencia al minoritario grupo que responde a
circunstanciales consignas o beneficios, cíclicamente mejorados
por competidores que utilizan el mismo estilo de promoción. La
bibliografía es imprescindible e irreemplazable; se adhiere a la
práctica médica.
Las desfavorables condiciones en que se desenvuelve el ejercicio
de la medicina, la definitiva inclusión del médico en el
contexto social empobrecido, no limitan la necesidad informativa
de los profesionales ni despejan el camino de las empresas para
entregar documentación sin control editorial. Por el contrario,
aumentan el interés del médico por recibir textos objetivos,
publicados por fuentes prestigiosas, seleccionados por expertos,
avalados por organizaciones con trayectoria acreditada.
El médico recibe con satisfacción las publicaciones que no están
determinadas por el beneficio de sus patrocinantes. El debate y la
discusión abierta, principios integrantes del ideal y la práctica
científica, cuestionan las consignas categóricas desprovistas de
la prudencia que caracteriza las investigaciones editadas por
fuentes responsables.
Los laboratorios que ganaron la confianza de los médicos se
apartaron de la bibliografía maltratada; optaron por la
calidad coherente, aquella que se expresa en sus productos y en la
documentación con que se los acompaña.
Los editores científicos con trayectoria aconsejan la ecuanimidad
de los contenidos que respaldarán el lanzamiento o promoción de
un producto. Cuando la calidad se instala, beneficia a todos los
que se comprometieron en alcanzarla.
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