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Los araucanos concedían gran importancia a los baños rituales, a los que denominaban muñetún. Estos fueron comentados por diferentes observadores. Así, por ejemplo, el francés A. M. Guinnard da a estos baños un sentido puramente higiénico y salutífero, al escribir:«Aunque las regiones habitadas por estos indios son muy frías, todos van a bañarse de mañana antes del alba, cualquiera sea la época, sin distinción de sexo ni edad. Esta costumbre, a la que por fuerza tuve que someterme, contribuye poderosamente, presumo, a resguardarlos de todas las enfermedades, y estoy convencido de que gracias a estos baños frecuentes me ha sido posible conservar la salud de que gozo todavía». Schoo Lastra menciona también esta costumbre, agregando que la india al ser madre se encamina enseguida a la laguna con el recién nacido en brazos, que resultara así sometido a una prueba de agua fría semejante a la de los bebés romanos. Pero esa práctica no tenía un carácter meramente higiénico, sino que era de índole puramente religiosa ya que significaba una especie de bautismo y acto purificatorio a la vez. El padre Housse, al referirse al año nuevo indígena, dice: «A medianoche, o a más tardar al alba, todo el mundo está de pie y se va a bañar a la orilla más cercana, porque tiene como artículo de fe que en esta hora matutina posee el agua virtud particular comunicada por el Gran Espíritu en favor de los mapuches diligentes..». La curación del enfermo «Los machi son definidos por Erize, en su Diccionario Mapuche- Español, como personas de ambos sexos que desempeñan el oficio de curanderos; su arte está basado en la creencia de que todas las enfermedades interiores son producidas por un mal influjo misterioso. La causa de la enfermedad se atribuye al genio del mal, huecuvu o hualicho. El concepto sobre el origen de las enfermedades y toda clase de males humanos sostenido por los machi no difería demasiado del que sustentaban en lejanos tiempos los egipcios, caldeos y semitas. «En el machitún o ceremonia de curación, que correspondía al oficio de los machi, éstos ejercían toda su pericia, no sólo mágica sino también terapéutica, pues eran poseedores de un profundo saber sobre las virtudes curativas de la nutrida farmacopea naturalista. Prueba de ello es el lahuencachu, verdadero vademécum en el que figuran centenares de hierbas medicinales aptas para tratar cualquier tipo de enfermedad, desde la más sencilla a la más complicada. «El momento propicio para la realización de la ceremonia es el nguvantu o crepúsculo, pero sus preparativos comienzan varias horas antes. Se procura ante todo que el cultún, tamboril infaltable en las ceremonias religiosas araucanas, esté en perfectas condiciones de sonoridad, es decir, que el parche se encuentre bien seco y las cuerdas que lo ajustan estén bien estiradas. «También se preparan las ramas de voigue y las piedras milagrosas como el licán, la catancura o el pimuntuhue, poseedores de extraordinarias fuerzas auxiliares que favorecen la adivinación, además del challanco, la cristalina piedra que prevenía enfermedades. Tampoco podía faltar en estos preparativos el machacado de las hojas para la quitra, la pipa tallada para el sahumerio que atraería a los espíritus benéficos y ahuyentaría a los malos y que, a la vez, serviría para provocar los éxtasis de la machi..» La MACHI arranca del cuerpo el mal «Entre los espíritus maléficos más temidos por el araucano está el huecuvu, o «el que obra desde afuera». Esta palabra también significa maleficio, o el objeto empleado para ese fin. Puede adoptar distintas formas; por ejemplo, flechas invisibles, espinas o insectos, que al introducirse en el cuerpo ocasionan la enfermedad o la muerte. Se lo conjura para alejar sus maleficios, en ciertos rituales que se practican durante el otoño. «Según un relato de fray Félix José de Augusta, hay varias clases de huecuvu. Entre ellos es nombrado el demonio torbellino Meulen, a veces con el atributo de negro. La presencia de esas almas -sigue diciendo Augusta- es diagnosticada por la machi, que observa por ejemplo los movimientos, no se sabe si del enfermo o del alma, que son parecidos al andar de los pullomen o moscones azules. Según las mismas machi el mal es tirado, arrojado por alguna persona enemiga, o adquirido en un encuentro con el huecuvu, que envuelve a su víctima en un torbellino o le hace puente sobre el cual tiene que pasar, la lleva a su cueva subterránea, corre con ella, la aferra por el corazón o la cabeza. El mal se establece en los huesos, en el vientre o en cualquier otra parte del cuerpo. La machi lo hace venir, con su arte, a la superficie del cuerpo y de ahí lo extrae chupando y lo escupe sobre unas hojas, que luego se queman..» |
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