Salud al margen

Pacientes Célebres

Creo que nadie se muere un minuto antes
[De Coloquios con Perón, por Enrique Pavón Pereyra, 2ª ed., Editores Internacionales Técnicos Reunidos, Madrid: 1973]
 
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Juan Domingo Perón
En el trienio 1961-1963, durante los primeros tiempos de su residencia en Madrid, Juan Domingo Perón sostuvo frecuentes conversaciones con Enrique Pavón Pereyra, su biógrafo, hoy director de la Biblioteca Nacional en Buenos Aires. Fruto de ese coloquio en varias etapas es el denso libro citado, del que extraemos estas breves reflexiones del conductor argentino sobre la muerte, la enfermedad y la salud.


-¿Ha sentido la muerte alguna vez de cerca?
Nuestro vagón ferroviario quedó colgado al borde de un precipicio a la salida de Perico del Carmen, en Jujuy. Sin médico ni medicamentos he soportado las vicisitudes de la fiebre «terciana» en las fronteras de Bolivia. He soportado con decoro no menos de media docena de accidentes graves, que no han dejado huella en mi integridad física. En el poder y fuera de él he sido destinatario de complots y atentados de las más variada gama. Pero siempre creo que nadie muere un minuto antes. Durante mi último viaje entre Ciudad Trujillo [N. de R.: nombre que llevó la ciudad de Santo Domingo, capital de la República Dominicana, entre 1942 y 1962] y Sevilla he debido resignar mi primera partida debido a que un motor de la nave aérea que nos conducía sufrió un incendio.

De ésta como de otras bromas escapé indemne. En materia deportiva sufrí la ruptura de un vaso sanguíneo de la pierna izquierda mientras practicaba esgrima en Santo Domingo. Como ahora no tengo permiso para enfermarme, procuro no exponer mi físico a ningún contratiempo que torne aleatorio el firme propósito de volver a mi país. [N. de R.: ese regreso se concretó, y Perón murió en Buenos Aires como presidente de los argentinos el 1º de julio de 1974]. Con todo, procuro no apoltronarme, mantener mediante un training permanente mi mejor estado. La opinión de mi médico de cabecera, Francisco Flores Tascón, es que tengo máquina para mucho tiempo, no bien me ajuste a las prescripciones y evite los excesos de rigor para un hombre que ha traspuesto el filo del medio siglo. La vida sana, al aire libre y sin mayores complicaciones de sibaritismo, me ha permitido defenderme, a una edad en que predominan los achaques de la vejez, con su cortejo de chocheces y desvaríos.»