Salud al margen

Pacientes Célebres

 
LA PRECARIA SALUD DEL FILOSOFO DEL SUPERHOMBRE

Las temibles jaquecas de Friedrich Nietzsche

El dia que Nietzsche lloró, de lrving G. Yalom, Emecé Editores, Barcelona, 1995

«Friedrich Nietzsche»
Edward Munch, «Friedrich Nietzsche», óleo sobre tela.

 
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) tuvo problemas de salud toda su vida y murió con un cuadro de severa demencia vinculada a la sífilis terciaria que lo aquejaba. Pero padeció además fortísimas jaquecas que lo llevaron a consultar con muchos médicos de Europa en busca de alivio. El controvertido autor de Así hablaba Zaratustra, Humano, demasiado humano, Más allá del bien y del mal, postulaba que la selección natural, tan en boga en su época, operáse sin obstáculos sobre los humanos favoreciendo la sobrevivencia de los más aptos. Lecturas más cuidadosas de su obra alertan sobre otras direcciones de un rico pensamiento que explican mejor la huella profunda que dejó en la cultura occidental.

En una reciente novela, El día que Níetzsche lloró, de lrving G. Yalom, se narra una entrevista entre Josep Breuer, célebre médico vienés, protector del joven Sigmund Freud, y el filósofo alemán portador de una persistente migraña y de una compleja personalidad con fuertes tendencias suicidas. Este encuentro nunca ocurrió -es parte de la ficción imaginada por el autor, un profesor de psiquiatría de la Universidad de Stanford- pero como toda la novela, es perfectamente creíble y fundada en hechos reales.

«Sin embargo, a Breuer sí le sorprendieron la complejidad de los males de Nietzsche y la minuciosidad de sus observaciones. Las notas de Breuer llenaban páginas enteras. La mano empezó a cansársele conforme Nietzsche le describía el horrible conjunto de síntomas: monstruosas jaquecas que le paralizaban, mareos, vértigo, pérdida del equiibrio, náuseas, vómitos, anorexia, asco por la comida, fiebre, abundante sudor nocturno que le obligaba a cambiarse de camisa de dormir dos o tres veces por noche, accesos de fátiga que a veces rayaban en parálisis muscular generalizada, dolor gástrico, hematemésis, calambres intestinales, estreñimiento continuo, hemorrides y, por último, problemas de vista (fatiga ocular, inexorable deterioro de la visión, ojos lagrimiantes y doloridos, vista nublada e hipersensibilidad a la luz, sobre todo por la mañana.)

Las preguntas de Breuer añadieron unos cuantos síntomas que Nietzsche había omitido o que no había querido mencionar: destellos visuales y escatoma, que por regla general precedían a las jaquecas; un insomnio que no respondía a ninguna medicación; fuertes calambres musculares por la noche; tensión gneralizada; y rápidos e inexplicables cambios de humor.

¡Cambios de humor! ¡Lo que Breuer había estado esperando! Como había dicho a Freud, siempre aguardaba un momento propicio para adentrarse en el estado psicológico del paciente. Aquellos «cambios de humor» podían ser la clave que lo conduciría a la desesperación y a las intenciones suicidas de Nietzsche.

Breuer procedió con cautela, pidiéndole que se explayara sobre el particular.

- ¿Ha notado en sus sentimientos alteraciones que parezcan relacionadas con su enfermedad?

El semblante de Nietzsche no se alteró. Parecía no importarle que la pregunta pudiera conducir a una región más íntima.

- Ha habido momentos en que, el día antes del ataque, me he sentido particularmente bien y he llegado a pensar que se trataba de un sentimiento peligrosamente positivo.

¿Y después del ataque?

El ataque típico dura entre doce horas y dos días. Después de un ataque, por lo general me siento fatigado y pesado. Incluso mis pensamientos son lentos durante un par de días. Pero a veces, sobre todo después de un ataque de varios días, es diferente. Me siento fresco, limpio. Exploto de energía. Adoro tales momentos: mi mente desborda de ideas extrañísimas.»